viernes, 1 de junio de 2007

CAPÍTULO 3. DONDE ENTRAN NUEVOS COMPAÑEROS Y ALGUNO VIEJO RESULTA NO SER BUENA COMPAÑÍA

*Hasta ahora:

Timoteo, su barco volador y su extraña tripulación son sorprendidos por una violenta tormenta. Un meteorito impacta contra ellos y se ven obligados a buscar refugio. Una vez a salvo Timoteo descubre que lo que ha chocado contra su nave es un huevo de hierro.


La toalla con la que Timoteo se secaba el pelo se resbaló sobre los ojos de éste, que la apartó de un manotazo. Él y el viejo estaban boquiabiertos, casi tumbados encima de la mesa para no perderse ni un detalle. Habían olvidado la sopa, el frío que aún entumecía sus miembros y el cabello mojado del que todavía caía alguna solitaria gota de cuando en cuando. Para ellos ahora sólo existía el huevo de hierro.

Se había abierto en cuatro hojas formando un nido. Y en el centro, un pequeño bulto formado por un montoncito de piezas hábilmente talladas que le daba forma. Timoteo no pudo controlarse y alargó la mano para seguir con sus gruesos dedos el cuerpecillo enroscado tachonado de diminutas púas similares a sanguinolentos zafiros de tan intenso que era su color rojo. La suavidad del metal en cada juntura asemejaba el terciopelo pero los bordes eran afilados como la lengua de un traidor.

«Es una estatuilla…», murmuró Timoteo, anonadado; «una estatuilla que ha caído del cielo con una estrella de fuego». El viejo alzó las cejas. «¿Una estrella de fuego?». Los ojos del anciano se convirtieron en una ranura amarillenta como si de una sonrisa avariciosa se tratara y recorrieron la figura a lo largo. «Entonces es un autómata de guerra», sentenció.

El capitán del Míle ya había alargado la otra mano y se disponía a cogerlo, de tan pequeño que era tenía que ser muy liviano, cuando un sonido profundo y gorgoteante atravesó la tormenta que aullaba en torno suyo. Los dos hombres parpadearon un instante, confundidos, hasta que en los ojos del viejo destelló el reconocimiento.

«El cuerno», se levantó raudo, «viene otro barco». Tras lanzar una última mirada al huevo, el viejo salió de la cabaña. Volvía a cojear y su cuerpo estaba de nuevo retorcido, pero Timoteo recordó cómo se habían estirado sus brazos una hora antes para sujetar el cabo que se escurría del Míle.

Tiempo después se preguntaría qué fue exactamente lo que le impulsó a coger la figurilla y nunca supo darse una respuesta convincente. Fuera lo fuese, el caso es que eso hizo. Al principio no pudo moverla. Estaba seguro de que era ligera y no hizo mucha fuerza y se quedó clavado. Abultaba lo que la cabeza de un niño pero era macizo como una roca de cantera y pesaba como un hombre adulto. Con un gruñido lo llevó hasta su petate y lo escondió debajo. Luego salió a la tormenta.

El viejo y otro hombre sujetaban los cabos que desde un barco bastante más grande que el Míle lanzaban otros dos tripulantes. Timoteo se unió a la refriega que era atar las sogas a pesar del viento y la lluvia. Gracias al navegante que había bajado a la plataforma y al propio Timoteo pronto estuvo la nave asegurada a la plataforma y el capitán y los cuatro hombres que formaban el resto de la tripulación llevaban sus pertenencias a la cabaña del viejo que ahora estaría atestada.

La sopa era escasa, más bien agua con sabor, y las toallas tenían que ser reutilizadas sin darles tiempo a secarse. Timoteo avivó la lumbre mientras el viejo echaba al agua hirviendo un par de cebollas rancias. Las ramas que abrazaban la cabaña en el árbol golpeaban contra las paredes presas de la renovada furia de la tempestad, que había dejado escapar otra presa.

«Capitán Miralle», saludó el cabeza de tripulación del barco recién llegado. «Capitán Fae». «Estáis muy atrasado en vuestra ruta». «La tormenta me sorprendió y tuve que regresar. No tengo excusa». Fae se dio por satisfecho y devolvió su atención a la toalla que el viejo le acababa de traer.

Timoteo ayudó a uno de los recién llegados a retirar los restos de su cena y del viejo de la mesa para que se instalaran Fae y sus hombres. Inevitablemente, el huevo de hierro abierto llamó la atención. «Un viejo recuerdo», murmuró el anciano evitando mirar a su primer huésped tan insistentemente que no pudo por menos que llamar la atención de éste sobre su comportamiento. La sopa humeante llegó a la mesa y el huevo quedó así olvidado en un estante.

Mientras los cinco navegantes acababan de engullir la frugal cena, Timoteo se encogió en el rincón que le correspondía a su jergón y se dispuso a descansar. Lo único bueno de que hubiera tanta gente en la cabaña era que no pasarían frío.

٭ ٭ ٭

Despertó bruscamente. A primera vista no había nada raro. La cabaña estaba casi completamente a oscuras, excepto los rescoldos aún palpitantes. La tensión que le había arrancado del sueño se diluyó y empezó a costarle mantener los ojos abiertos pero era imposible ignorar su presencia.

«Déjame dormir», le pidió al espectro, «mañana me gustaría salir antes de que Fae despierte».

El rumor llegó desde encima de su cabeza. La mano salió disparada hacia el petate a tiempo de agarrar otra fría y huesuda que ya rebuscaba en su petate. Los aviesos ojos amarillentos dueños del apéndice brillaron en el flaco rostro. «Váyase a la cama, anciano». Sin una palabra ni un gesto se fue tan silencioso como había llegado, arrastrándose hacia atrás, recuperando su posición en la estrecha litera colgada junto a la estufa. Y aunque ahora no brillaban, Timoteo sintió los ojos clavados en él desde la otra punta de la habitación. Dejó escapar el aire que había estado conteniendo mientras buscaba al espectro; incluso su molesta presencia habría resultado ahora reconfortante pero el tunante había vuelto a esfumarse. Palpó la estatuilla compuesta por miles de piezas, fría como una noche en soledad, oculta bajo su bolsa. Por supuesto, no pudo dormirse.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola pequeño, acabo de leer el capitulo y no se muy bien que decir, la verdad que me he quedado igual que al principio mas que solo se ha descubierto lo del huevo, yo creo que el resto sobraba, me da a mi que los otros marineros que aparecen van a durar poco, si fuese yo el que escribe la historia los quitaria, por que ya hay demasiados personajes para ser el principio de la historia, es solo una opinion. Y al viejo lo mataba me esta cayendo gordo.
Espero leer el proximo capitulo
adios