viernes, 5 de septiembre de 2008

CAPÍTULO 30. CAMPAMENTO

*Hasta ahora:

La vida del oficial Erm Liu-d’ah se ha convertido en un loco torbellino en las últimas horas. Lo que parecía una misión de sabotaje sencilla ha resultado ser una carrera por su vida en un laberinto y la confirmación de que estaba perdiendo la cordura: una visión le incitó a montar en un dragón mecánico que le llevó lejos de allí.


Lugar: desconocido.

Situación: agotamiento extremo, tengo los miembros agarrotados; pérdida total del equipo, tanto ofensivo como defensivo.

Por él hubiéramos seguido pero yo ya no podía más. Me mira al otro lado de la hoguera, el fuego reflejándose en sus ojos cristalinos. Está sentado y no hace nada. Sólo mira. Me mira.

Desde que aterrizamos he intentado ignorarle pero es imposible. Mientras buscaba leña y algo alimenticio no podía evitar sentir su mirada clavada en mi nuca y yo me volvía cada dos por tres a echarle un vistazo.

Es más fácil no divagar con la grabadora. Pero la he perdido también. Cayó al vacío la primera vez que me adormilé.

Casi caigo yo también. Pero el dragón giró lo gusto para mantenerme en su grupa. Imagino que tengo que estar agradecido.

Ahora no me da para nada. Estoy cansadísimo.

Pero no me duermo.

Y eso tiene que ver en parte con el dragón. Si dejara de mirarme tan fijamente… Hasta ahora no ha dado muestras de ser hostil pero recuerdo perfectamente el trato que dio a los guardias en el hangar. Sin la armadura de simbionte coralino me siento desnudo. Estoy desnudo.

Bueno, eso me da cierta idea de las prioridades. Debo recuperar mi armamento. No en el búnker, está demasiado lejos y estarán más que vigilantes.

El cuartel es la otra opción.

No sé si me creerán sin el diario. Un soldado sometido a presión puede tener nublado el juicio. Por eso tenemos las máquinas, porque son fiables. Sólo que mi juicio está perfectamente. El maldito dragón que no deja de mirarme me lo corrobora.

Le doy una vuelta más a mi idea: presentarme sin pruebas de lo ocurrido, entonces, es lo mismo que firmar una sentencia de juicio de guerra. Así que tengo que tomar prestado la armadura y las armas. Aquí es donde mi amigo el dragón puede ser útil.

Siempre y cuando sepa cómo manejarlo.

lunes, 30 de junio de 2008

CAPÍTULO 29. LA MÁQUINA Y LA APARICIÓN

*Hasta ahora:

El oficial Erm Liu-d’ah y su compañero Yan iniciaron una incursión en un búnker enemigo. Su misión: apoderarse de y/o destruir unos documentos. Ahora Yan está muerto y Erm se encuentra desarmado, acosado y perdido dentro del laberinto de pasillos. En su vagabundeo ha encontrado un hangar, y en él un dragón metálico que está siendo construido por piezas. Mientras observa la estatua suena la alarma.


Entrada 29: hora de Rubí; tercio menguante; sección decimoquinta.

Necesito oír una voz. Mi voz vale. Necesito decir esto en voz alta. Porque dudo de mis ojos.

Apenas hace un tercio de hora que grabé la última entrada. Poco tiempo y muchas cosas. Tengo que aclararme. Ponerlas en orden. Analizarlas.

Así es como te enseñan en la Academia: ves, analizas, actúas.

El problema: llevo un rato actuando, viendo después y sin tiempo para analizar.

Ahora tengo tiempo. Vuelo a toda velocidad a ras del suelo para evitar los radares. Va a ser lo más parecido a un momento tranquilo que voy a tener. Lo presiento.

Presentir no es algo que se enseñe en la Academia. De hecho, es algo que evitan que hagamos.

Los hechos.

Saltó la alarma. Pero los trabajadores del hangar no le hicieron caso. Siguieron trabajando. Eso quería decir que son disciplinados. Mucho. Que había otra gente dedicada a encontrar y eliminar a los intrusos. Y que eran de total confianza.

La pregunta: ¿cuándo aparecerían?

En poco tiempo.

Eficientes. Cubrieron las puertas de entrada y salida. Nota: no eran los soldados del búnker, sino guardias.

Primera respuesta, rápida pero no contundente. Sin duda, los soldados estaban al caer. Pero tenía un tiempo de reacción.

Sólo que no tuve reacción. Me irrita recordar lo que pasó a partir de aquí; no sólo porque estuviera fuera de mi control sino porque no tomé ninguna decisión, sólo hice lo que me dijeron.

Curioso pensamiento para un soldado.

La sorpresa me anuló porque los guardias no vinieron hacia mí, no buscaron al intruso por el hangar. Se dirigieron a un punto concreto. Sabían dónde iban.

Explicación: o habían visto al que buscaban o no se me ocurría nada más. Y como no venían hacia mí, yo no era el que buscaban.

Hubo disparos. Pero no acertaron porque siguieron disparando. Y se giraban hacia donde yo estaba. Eso quería decir que había alguien más y ese alguien más venía directamente hacia mí.

Lo recuerdo bien porque era peculiar: un montón de pelo rojo, y se movía rápido para el volumen que tenía. Nota: llevaba un abrigo grande y botas, prendas que abultan mucho y seguramente lo hacían más grande de lo que era.

Se recostó junto al mismo palé en el que estaba yo.

«Vienen hacia aquí».

Se rió y siguió su camino cogiéndome de la mano y tirando de mí.

Me llevó hasta un montón de fundas para tuberías apiladas. Me miró y supe qué quería, así que empujé con él. Los trabajadores ya no pudieron ignorar el alboroto. Sobre todo porque les cayó encima una marea de metal y tuvieron que hacerse a un lado.

Qué bello es el caos. Y sobre la confusión reinaba el hombre de cabello rojo, riendo como un poseso, con una alegría que me contagiaba.

Habría reído con él si no hubiese estado asustado, y lo que me asustaba era el mismo hecho de estar asustado.

«Ven conmigo» dijo el hombre de cabello rojo y yo fui detrás de él al centro del hangar saltando sobre los guardias y los trabajadores que se arrastraban por el suelo y nadie sabía qué hacer pero todos gritaban mucho y muy alto.

Al principio creí que corría hacia lo que estaban construyendo, el gigantesco esqueleto de dragón. Me equivoqué. Eligió el modelo en miniatura. Me miró.

«Ahora vas a salir de aquí».

Le pregunté que adónde iba a ir.

«Búscame».

Y acarició la espalda al dragón, desde la nuca al inicio de la cola. Le puso una piedra agrietada en la boca. Y la estatuilla se desperezó justo cuando los soldados entraron en el hangar.

Las balas de piedra volaron hacia nosotros. Las alas de metal plateado del dragón las detuvieron y la cola armada con cuchillas los despedazó. Porque ya no era una miniatura.

Me miró desde su altura gigantesca. Trepé hasta su lomo. Una bola de luz tan intensa que me dejó mil puntos brillantes delante de los ojos voló de su boca hasta la puerta blindada de la pista de aterrizaje, y un momento después no había puerta.

No entiendo qué sucedió.

No sé lo que pasó.

Tengo que escuchar esta entrada otra vez.

jueves, 29 de mayo de 2008

CAPÍTULO 28. DESCUBRIMIENTO


*Hasta ahora:

La misión del oficial Erm Liu-d’ah se ha complicado en extremo. Al principio parecía fácil, ahora está luchando por sobrevivir. Se escondió en los conductos de aire buscando una salida pero se ha perdido.


Entrada 28: hora de Rubí; tercio creciente; sección primera.

Me he orientado. He subido. Estoy más cerca de la salida.

El sistema de conductos de ventilación ha resultado ser un laberinto más complicado de lo que había estimado.

He perdido casi todos mis recursos. Tengo el arma de asalto sin munición y el cuchillo como armas ofensivas. Continúo llevando la armadura del simbionte coralino como defensa; siento ya sus zarcillos rebuscando por el interior de mi cuerpo, el tiempo se acaba.

Perdí el reptil tagoa en el segundo tramo de escalada. El tercero tuve que hacerlo con mis propias manos. Por eso creo que estoy en el segundo piso.

Hablo de memoria. El mapa lo tenía Yan.

Debería confirmar.

Veo luz, una rejilla. Diría que es suerte si creyese que existe la suerte.

Me acerco y echo un vistazo: pasillo sin puertas (medidas habituales, 5 codos de altura y entre 3 y 4 de anchura; no veo la longitud); de piedra; paredes y suelo pulido; conducciones en el techo. Hay antorchas. Iluminan el corredor pero no veo ninguna indicación del piso.

Hay otra luz, mucho más potente y que minimiza el efecto de las antorchas. Viene de la derecha.

Oigo un siseo. Inconfundible: acción hidráulica. La luz aumenta. Deduzco que hay una puerta. El grosor tiene que ser impresionante si ha conseguido mantener el estruendo de la maquinaria fuera del pasillo. Ahora apenas me oigo a mí mismo, no sé cómo se habrá registrado esta parte en el diario.

Eso seguro que no estaba en el mapa. Y eso pica mi curiosidad.

Me pregunto si podría acercarme por dentro de los conductos de ventilación.

Nota: entrada privada. Código: Renacimiento.


Entrada 29: hora de Rubí; tercio creciente; sección decimocuarta.

Disquisición: no encuentro ningún conducto más allá, así que o ignoro la puerta y sigo con mi huida o salgo al pasillo y veo qué hay detrás de esa puerta.

Nota: entrada privada. Código: Renacimiento.


Entrada 30: hora de Rubí; tercio menguante; sección séptima.

He dejado la armadura del simbionte coralino en el conducto de ventilación. Espero que no sea una mala idea. Y espero poder volver a por ella.

Sólo es echar un vistazo.

Llevo el cuchillo. No soy tonto. Al menos no del todo. Sigo en territorio enemigo.

Descolgarme de la rejilla sin hacer ruido no fue difícil, pero me he notado débil. Nota para mí: evitar todo contacto hostil, apenas podré correr siquiera.

El pasillo, vacío. La puerta, cerrada.

Es metálica. Dos brazos hidráulicos unidos a cada gozne; así se abre. Ahora tengo que encontrar cómo los activo.

No veo controles, llaves, palancas. No hay cabina de vigilancia. La pared es lisa, la puerta también. En el suelo no hay ninguna baldosa que indique un mecanismo oculto.

¿Sólo se abre desde dentro?

Esperar puedo. Colarme sin ser visto, no lo creo.

Miro la puerta una vez más, de frente, quiero ver si se me escapa algo porque si no voy a tener que darme la vuelta. Y la curiosidad me pica demasiado.

Toco el metal. No quiero irme.

El siseo hidráulico. La puerta se abre.

Me aparto rápido.

Al otro lado no hay nadie.

Al otro lado hay más umbrales pero sin puertas.

El ruido es ensordecedor.

La luz viene del fondo.

Entro.

Cruzo los umbrales. Son cuatro, puertas deslizantes ocultas dentro de la pared. Con dientes para encajar en la piedra. Seguro que son blindadas, a prueba de arietes.

Es un hangar y una fábrica a la vez. Construyen algo. No sé qué… Hay un modelo.

Estoy detrás de una larga fila de palés colocados contra la pared. Puedo moverme entre ellos. Tengo que acercarme. Evito a los trabajadores. Ni siquiera sospechan que alguien pueda colarse. Confiados. Trabajan mirando las piezas, no más allá.

No hay vigilantes. Raro.

Estoy.

Tiene alas. Y cabeza. Alargada, con dientes y cañones en las mejillas. Y dos ojos, rojo brillante. Patas con garras. Y cuerpo de serpiente.

Yo diría que es un dragón de metal.

Suena la alarma. Me han visto.

Nota: entrada privada. Código: Renacimiento.

lunes, 19 de mayo de 2008

CAPÍTULO 27. PERDIDO


*Hasta ahora:

El oficial Erm Liu-d’ah ha visto como una misión aparentemente sencilla se complicaba. Ahora está atrapado en un búnker a varios pisos por debajo del nivel del suelo y tiene que encontrar una salida. Quizás por el conducto de aire…


Entrada 26: hora de Diamante; tercio medio; sección vigésimo quinta.

He hecho una apuesta conmigo mismo.

Me he apostado la vida. Si gano, vivo; si pierdo, muero. Claro que no sé cuándo gano y cuándo pierdo.

Sin luz, sólo el tacto. Aire viciado, estancado. Sin alimento ni bebida. Desarmado.

Yo diría que voy perdiendo.

Necesito toda la energía. Desactivo el grabador del diario. Volveré a conectarlo cuando haya encontrado el camino.

Nota: entrada privada. Código: Renacimiento.

miércoles, 30 de abril de 2008

CAPÍTULO 26. UN NUEVO CAMINO


*Hasta ahora:

El oficial Erm Liu-d’ah tiene que infiltrarse en un búnker enemigo para cumplir su misión. Pero lo que parecía un trabajo fácil se complica cuando es descubierto. Los soldados lo acorralan y Erm utiliza a los prisioneros para despistar a sus perseguidores aunque sabe que los envía a una muerte segura.


Entrada 19: hora de Ágata; tercio creciente; sección novena.

Lista de problemas:

Salir de aquí.

En éste incluyo que cuando encuentren y maten a los prisioneros sabrán que falta uno. Les he disparado, ellos no llevan armas. Deducción lógica: falta alguien. Ese alguien soy yo.

También que estoy vacío. Sin munición.

No sé qué voy a decir en los informes.

Y llevo ya muchas horas con la armadura del simbionte coralino y sin comer nada.

Nota: entrada privada. Código: Renacimiento.


Entrada 21: hora de Ágata; tercio creciente; sección decimoquinta.

Elevadores bloqueados. Escaleras vigiladas.

Si no hay salida, hazte tú la propia. Piso quinto y hay aire fresco. Cañerías en la parte superior del corredor. Detrás de una tubería, una trampilla.

El dolor de arrancarme el yelmo de la armadura se compensa con el suave roce de la brisa que escapa por la trampilla. Tomo nota: el simbionte se resiste cada vez con más fuerza a la separación.

El aire sólo viene de un sitio. Arriba. Y arriba significa fuera.

Quitar la tapa de la trampilla sin hacer ruido es difícil. Condenadamente difícil. Sudo. Aprieto los dientes y los dedos parece que son de otro. Tengo un tic en el antebrazo, me tiembla cada poco. Una gota de sudor me cae en el ojo y pica como mil demonios.

Estoy flojo. Me tomo mi último complemento vitamínico. A partir de ahora el simbionte me comerá a mí.

El arma de asalto me dará mal una vez que esté dentro del conducto de aire. No puedo dejarlo. Si lo ven aquí sabrán por dónde he ido. Si lo encuentran sabrán cómo los hacemos. Y eso es traición.

Bien. Dentro. Ahora, arriba.

Nota: entrada privada. Código: Renacimiento.


Entrada 22: hora de Ópalo; tercio medio; sección cuarta.

He consultado la medida de tiempo. No hace mucho que estoy dentro y me parecen temporadas enteras. Pierdo la concentración y mi juicio se ve afectado. Tener en cuenta para el momento de tomar futuras decisiones.

Lejos de las bocas a los corredores no hay luz. Confío en la eartres. Sigo el rastro de mendrugos de pan, como en el cuento.

Grabo mi diario porque en la oscuridad me siento solo. Grabo y escucho porque quiero oír una voz.

Nota para mí: borrar esta entrada.

Nota borrada. ¿Eliminar permanentemente?


Entrada 25: hora de Zafiro; tercio y sección desconocidas.

Medida de tiempo sin confirmar.

Me he sorprendido cantando. No es procedente. He usado el cuchillo para despejarme. Estoy mejor.

El conducto sólo me permite arrastrarme. Poco más de un codo de alto por otro de ancho. Cuadrado, construido de metal; por los remaches apostaría que por la compañía Ecbat, sólido, no hace ruido al moverme.

Situación: oscuridad a mi alrededor; por los recuerdos y el tacto en torno a mí, sigo en el conducto de aire. He perdido el rastro de la eartres. Pongo en mi dedo opatoma para que regrese. Huele mal, hace calor, tengo la boca pastosa. El aire está estancado. Deducción lógica: he bajado. O han cerrado y evacuado el búnker; aunque posible, poco factible.

¿Modo de proceder? El objetivo está claro: salir. El método no tanto. De hecho, si lo supiera no estaría grabando esta entrada.

Debo moverme, elegir la dirección no es tan sencillo. O sí. Bajaba, iba en un sentido. Doy la vuelta.

La armadura me estorba pero no me la quito. Sigo en territorio enemigo.

Nota: entrada privada. Código: Renacimiento.

viernes, 28 de marzo de 2008

CAPÍTULO 25. LA DECISIÓN

*Hasta ahora:

A pesar de los informes que Erm Liu-d’ah graba para el Alto Mando, su misión se complicó desde el primer momento. Encontró los archivos que había venido a buscar pero los guardias le han acorralado y le empujan más y más hacia las profundidades del búnker.


Entrada 16: hora de Topacio; tercio menguante; sección vigésima.

Me acabo de conceder el lujo de quitarme el casco.

Los zarcillos del simbionte se han resistido, clavaron los garfios dentro de mis pulmones. Y también en mi esófago. Dentro del oído. Detrás de los ojos.

Se soltaron y sólo escupí dos coágulos de sangre. Otras veces ha sido peor.

Me cuesta recuperar la respiración. No es normal. No soy viejo, estoy entrenado. El simbionte está alimentado.

Hay mucho barullo. Demasiado. Llamará la atención de los guardias.

Chisto para que bajen el volumen pero no me hacen caso y siguen golpeando las máquinas de alimentos con sus manos. Voy allí y las fuerzo; es fácil. Me rodean como cachorritos.

Unos se abalanzan sobre las bolsitas de comida deshidratada, otros preparan agua caliente.

Son los presos.

Se me ocurrió abrir las celdas. Para crear confusión. ¿Qué mejor manera de largarme de allí sin llamar la atención que en mitad de una fuga a gran escala?

Mala idea.

Algunos huyeron, sí. No les fue bien. Hemos visto cuerpos carbonizados de camino aquí.

La mayoría se han quedado conmigo. Piensan que les voy a proteger. No pueden estar más equivocados, será al revés.

Y ahora tengo que cargar con ellos. Hacen ruidos y son lentos. Sé que algunos se han quedado atrás. Me da igual, no tengo tiempo.

Ahora comen, parecen animales.

¡La puta que…!

Ya están aquí.

Lo sabía.

Jodidos idiotas.

Mucho ruido. Mucho ruido.

No hagáis ruido, les dije. ¿Me escucharon?

¡Una mierda!

C–mete ésa, cabrón.

¡Mi–reja, –joputa!

Levanta. Levanta ¡–vántate, joder!

Arriba. ¡–í está!

¡–tócaput–balas!

¡Hij–puta!

¡Mierda! M–dejado encend


Entrada 17: hora de Amatista; tercio medio; sección decimotercera.

¿Funciona? Ira, vai, leaGrabción de comprobación.


Entrada 18: hora de Amatista; tercio medio; sección decimotercera.

Sólo quedamos ocho.

Los tengo a mí alrededor. Están sentados, tumbados. Les cuesta respirar. Apesta a sudor y miedo. Y alguno se ha meado encima.

Echo un vistazo al corredor. Vacío. Bien, de momento tranquilidad. Ahora a pensar.

Nos empujan hacia abajo. Según el mapa, debajo está mantenimiento. Había muchos pasillos. No me acuerdo bien.

No recuerdo ninguna salida por allí.

Mierda, es una ratonera.

No puedo dejar que nos acorralen allí. Será cuestión de tiempo que me cacen.

Si mi memoria no me engaña hay un elevador de carga tres salas más allá, mirando al Águila. Si mi memoria no me engaña, llega hasta el segundo piso y no para en el quinto y el cuarto.

Si mi memoria no me engaña.

Echo un vistazo a los presos que me rodean. Agradezco tener de nuevo puesto el casco, así no me ven la cara. Y me dan más igual, porque parece que los veo de lejos.

Les hago levantarse y caminar hacia las escaleras que llevan a la última planta.

Por un momento pienso en decirles lo del elevados. Es un momento que no se me pasa. Me doy la vuelta. Ajusto el visor del arma de asalto. Compruebo el cristal de xiglás. Alimento la brasa. Confirmo que ya no tengo granadas.

Sigue sin pasárseme.

Viene uno.

Apunto. Me concentro en mi arma. Sé que cuando apriete el gatillo el cristal se alineará con la brasa y concentrará el calor para liberar un fino rayo dorado.

Me da escalofríos al ver el cerco negro que ha dejado en el rostro del tío porque he visto la carne retorcida y chamuscada de cerca.

Huele a carne a la brasa pero no me da nada de hambre.

«Bajad por ahí. Os cubro»

Los presos se van.

Yo también. Pero por otro lado.

Justo a tiempo porque ya vienen de nuevo.

Nota: entrada privada. Código: Renacimiento.

viernes, 7 de marzo de 2008

CAPÍTULO 24. EN LAS CELDAS

*Hasta ahora:

La misión de Erm Liu-d’ah era sencilla; o eso parecía en un primer momento cuando llegó fácilmente a la sala de control, su objetivo. Pero los guardias del búnker han dado con él y la situación se ha complicado.


Entrada 15: hora de Rubí; tercio menguante; sección primera.

Mierda.

Mierda. Mierda.

Mierda de guardias.

Mierda de pasillos de laberinto.

Mierda de misión.

Mierda.

Por partes. Quejarse es de inútiles. Y yo no lo soy.

Hay buenas y malas noticias. Primero las buenas.

Situación: mantengo una encrucijada, cubro ambos corredores. Soy la grulla sobre el pantano. De momento, gano. Están a tres pasillos. Son cinco menos que al principio. Bien por mí.

Las malas. Han llamado a refuerzos. Estoy casi seco. A saber: dos cargadores del rifle de asalto; una granada de fuerza; tres granadas de luz.

Y el cuchillo, claro.

No voy a acercarme tanto. Si puedo.

Espero. Lo necesito. El simbionte se regenera en el hombro, necesita tiempo. La herida es superficial. Ni siquiera sangra.

Pero voy a tener que moverme. Quedarme quieto les favorece: conocen la distribución, pueden rodearme.

Libero la eartres. La tengo un momento en mi mano, me gusta como brilla en la oscuridad y deja un rastro de polvo de luz tras ella.

«Busca una salida», le digo. Sé que lo hará. Le dejo ir.

Echo de menos un plan.

Echo de menos a Yan.

Pienso en Yan y me río. Menuda cantidad de mentiras, los informes oficiales.

A estas alturas no deben de quedar de él ni los huesos. Lo he visto otras veces, cuando le quitas el suplemento alimentario al simbionte. Me aterroriza siempre que me pongo la armadura, luego ya ni lo pienso. Excepto en momentos como éste. Será porque me pone sensible la muerte de un compañero.

Es necesario, sin prisioneros. No es bonito.

Fue mal desde el principio.

Un momento. Sonidos. Las raíces del simbionte me taladran el oído, sólo es un momento, me vale: vienen dos por el pasillo de la izquierda, tres por el de la derecha.

Un vistazo al rastro de polvos de la eartres. Ahora voy.

El rifle en mi regazo, posición de el tigre agazapado. Siempre me sorprende, la fusión de madera y hueso, perfecta, ligera, longitud y peso adecuados. Amo esta arma.

Acabo de abrir la cazoleta del rifle. Por mucho que sople el ascua está casi apagada. Cuenta un cargador menos.

Cuenta, también, un par de visitantes más para el Gran Gusano.

Nota: entrada privada. Código: Renacimiento.