domingo, 7 de octubre de 2007

CAPÍTULO 15. DONDE SE COMPRA UN HECHIZO, POR FIN, CON ALGUNAS DIFICULTADES. PARTE II


*Hasta ahora:

Guiado por las indicaciones del chatarrero, Timoteo llega a la cabaña del hechicero, un personaje de personalidad cambiante y mal humor permanente que no parece muy dispuesto a ayudar su visitante hasta que no ve el dinero.


«¿Cuál es tu problema, hijo?», quiso saber el enclenque hechicero acariciando con los ojos la bolsa de las monedas. «¿En serio quiere saberlo?». «Estoy aburrido y me apetece una buena historia. ¡Y no se te ocurra estropeármela con la verdad!». Timoteo parpadeó un par de veces sorprendido ante los cambios de humor de su anfitrión, que ahora se sentaba en un taburete arreglándose las ropas para que no se le arrugasen, lo cual era imposible porque estaba claro que hacía días que no se cambiaba ni para dormir.

«Soy un navegante mercante y he tenido algunos problemas con las autoridades locales», empezó a hablar Timoteo, eligiendo cuidadosamente las palabras para con contar más de la cuenta. «Lo suficientemente complicados como para obligarme a tener que…». «Aburrido, aburrido. ¿No sabes contar nada mejor? ¡Largo!». Aquel personaje, con esa misteriosa energía que no podía caber en el cuerpecillo que la retenía, ya se levantaba dispuesto a abrirle la puerta. «Empiezo a estar cansado de este juego, viejo», Timoteo se mordió la lengua para no gritárselo y zarandearle, «desde luego estoy pagando caro el maldito hechizo». Y añadió en voz alta: «¡Esperad, esperad! Mejoraré la historia». Con una colección de gruñidos y bufidos y farfullando palabras a medias el ruinoso vejestorio volvió a sentarse; esta vez no hizo ni caso a cómo le quedaban las ropas.

Timoteo aún dudó un poco antes de empezar pero ya no se le ocurría cómo contentar al caprichoso mago que le escuchaba y, realmente, necesitaba ese hechizo: «en mitad de una tormenta un meteorito chocó contra mi barco, solo que no era un meteorito sino un huevo de hierro con una estatuilla dentro con forma de dragón: un autómata de guerra del planeta Aespix…». La boca del hombrecillo se fue abriendo tanto que para cuando Timoteo acabó de hablar tuvo serias dudas de si se le habría descoyuntado la mandíbula, en la que, por cierto, había más huecos que dientes. «Funcionarios corruptos, persecuciones, autómatas que participan en guerras estelares, planetas lejanos… Te lo has inventado todo, ¡seguro!, pero ha sido divertido, ji, ji, divertido, sí. ¿Qué es lo que querías?». Timoteo ahogó un suspiro de alivio: «un hechizo». «¿Y yo te he dicho que te lo daría? ¡Qué raro! Tenías dinero, ¿verdad? Bien, bien, bien. ¿Qué clase de hechizo querías?».

«Quiero ir a otro planeta pero mi barco no puede». «Un hechizo de viaje entre planetas… Muy difícil, no lo haré. ¡Largo!». A Timoteo se le acababan las ideas y la paciencia, y se quedó anonadado con el nuevo cambio de idea de su interlocutor cuando ya creía tenerlo resuelto. Y se quedó quieto, sin reaccionar. «Bueno, si insistes creo que algo tengo escrito por ahí, puedo ir a ver…», y se levantó y se escabulló entre varios libros, dejando al visitante aún más sorprendido y definitivamente decidido a retorcer el arrugado pescuezo del brujo en cuanto consiguiese lo que había venido a buscar.

Los murmullos del tipejo iban de aquí para allá entre la maraña de trastos que llenaban la cabaña, y la única manera de saber su posición era estar atento a los eventuales legajos que volaban de repente de debajo de algún mueble.

Iba Timoteo a sentarse en un escabel cuando estaba claro que estaría en la casa un tiempo cuando reapareció repentinamente el hechicero y apartó los pergaminos que el propio visitante iba a retirar. «No toques, te dije al entrar, no toques», y volvió a desaparecer de manera tan brusca como había aparecido. Como tenía libre el asiento, que era lo que quería, Timoteo no le hizo más caso. «Espero que el Topo haya conseguido los documentos o no pasaremos la aduana, ni siquiera con el hechizo».

«¡Ya está!», el vejestorio volvía con un papel en blanco, un pincel y un bote con tinta roja un tanto grumosa. Apartó de un manotazo y sin ningún tipo de cuidado varios libros y tarros que cayeron al suelo sin que ninguno se rompiera y con movimientos rápidos que tuvieron que suponer un tremendo esfuerzo para sus anquilosadas articulaciones, dibujó tres enormes letras. «Toma, lo pones en el casco cuando salgas del cielo», y se lo dio enrollado. «Y pásate por aquí algún día y dime qué tal funciona. No se hacen milagros todos los días y uno tiene su ego. Aunque, claro, si no funciona, no te volveré a ver así que también lo sabré, ji, ji». «¿Puede que no funcione?». «¿Quién sabe, hijo, quién sabe? No puede estar nunca seguro uno sobre estas cosas de la magia, muy complicadas». Por un segundo, Timoteo se planteó muy seriamente matar al hombrecillo allí mismo. «Está bien, decidme cuánto os debo».

Ahora el que parpadeó sorprendido fue el hombrecillo: «¿Dinero? No, no. Te envía Elastor». Lo acompañó hasta la puerta y le puso una empanada fría cubierta con un trapo en la mano. «Y, acuérdate: si no funciona, mátate tu mismo; es peor ahogarse con el fuego de más allá del cielo. Una muerte horrible. Me pasó una vez. Adiós, adiós, diviértete con los dragones y las guerras estelares».

Pocas veces le habían alejado tan rápido los pies de Timoteo de un lugar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola que tal, bueno este capitulo mucho mejor que el anterior, vaya peñazo de descripciones, te pasas.
Ahora tiene buena pinta a ver si funciona ese estraño echizo de las letras, ¿ que clase de hechizo es un papel con tres letras? me da a mi que es un hechizo no muy bueno.
espero leer el siguiente capitulo
saludos