sábado, 6 de octubre de 2007

CAPÍTULO 14. DONDE SE COMPRA UN HECHIZO, POR FIN, CON ALGUNAS DIFICULTADES. PARTE I


*Hasta ahora:

Obligado por las circunstancias, Timoteo acompaña a un guardia para arrestar a uno de los habitantes del Barrio del Bosque, un gigantesco chatarrero que pone fuera de combate al patrullero antes de que empiece la pelea propiamente dicha. A punto de enzarzarse con su segundo contrincante el chatarrero ve al espectro y reconoce la marca que lleva Timoteo en su muñeca pues él lleva una igual. Como favor, le indica dónde hay un mago.

Timoteo estaba frente a la destartalada cabaña bajo el roble que son dos. «¡Qué manía que tiene la gente de no llamar a las cosas por su nombre!», gruñó para sí porque el roble que son dos no era más que una pareja de árboles que compartían el nacimiento del tronco y la maraña de raíces que sobresalían del humus que cubría el suelo del Bosque.

La cabaña tenía las paredes tan torcidas que era realmente inverosímil que se mantuviera la estructura en pie, pero aguantaba. Estaba alejada de las demás casas del barrio y del camino principal; de hecho, de cualquier camino como lo atestiguaban las hojitas y ramitas de la mitad de los arbustos que se había encontrado Timoteo en su camino y llevaba colgando de sus pantalones y la capa. En definitiva, un sitio perfecto para perder la bolsa y la vida.

«Allá vamos, entonces». En pocas zancadas, ya no había plantas rastreras en la zona cercana a la cabaña, Timoteo se plantó ante la puerta y llamó con la palma abierta de sus manazas encallecidas. Enseguida se arrepintió, temiendo que la construcción se viniera abajo por los golpes. Y aunque la borda tembló amenazadoramente, continuó en pie. «Es un hechizo, seguro».

Algo que aún se hizo más evidente cuando se abrió la portezuela. Era imposible que aquella pared siguiera enhiesta sin el apoyo de casi un tercio de su totalidad. Especialmente cuando las jambas saltaron hacia fuera y un rápido movimiento de cabeza de Timoteo le evitó acabar descalabrado. Aún con el corazón desbocado gruñó: «deberíais hacer que os miraran eso. Vais a matar a alguien». «No será una gran pérdida si ha venido aquí». El tono y la voz, chirriante como debiera ser la cabaña entera pero que no obstante el maltrato recién recibido no había soltado ni una sola queja, llamaron la atención de Timoteo, que sólo había prestado atención al madero que había volado hacia él voraz como un ave de presa.

Era un tipo extraño, de eso no cabía duda. Encorvado, con las piernas y los brazos largos, finos y deformes como alambres deshilachados. La poca piel que se le veía, la de las manos y el rostro estaba apergaminada, llena de manchas, arrugas y de un color entre amarillento hepatitis y gris ceniza que cambiaba según se reflejaba en ella la luz del farol que colgaba junto a los restos de la puerta en la parte interior de la cabaña, cuando directamente los rayos luminosos no la atravesaban dejando al descubierto una miríada de venitas azules, tendones pálidos y carne oscura. Nariz larga y aguileña, cejas que caían por los lados hasta unos hendidos pómulos, sin labios y con unos ojos que de tan transparentes parecían de cristal. Una ruina de hombre. Pero sus movimientos eran eléctricos y precisos; no era lo que parecía.

«Si has venido sólo a criticar mi puerta ya puedes irte largando con viento fresco. Y si no tienes dinero, también». Timoteo sacudió su bolsillo y algunas monedas tañeron dejando un alegre eco metálico. «Ah, bueno, en ese caso igual mereces la pena». «Me envía Elastor». «Entonces no la mereces. Ese patán siempre me envía causas perdidas. ¡Largo! ¡Largo!». Viendo que Timoteo no tenía la más mínima intención de irse, ni siquiera hizo un amago de moverse, aquel deshecho de piel y huesos intentó empujar para apartarlo. Pero nada podía hacer contra su visitante y el intento quedó en un patético conjunto de gañidos y crujidos de todas las partes de su enclenque cuerpecillo. Viendo la inutilidad del esfuerzo se incorporó e intentó arreglarse el pelo, tan encrespado y alborotado como el del propio Timoteo aunque de un blanco sucio y abierto como si tuviera una mariposa de nieve posada en el cogote, y luego carraspeó para volver a adoptar una postura muy digna: «he decido ver qué es lo que quieres. Pasa, anda, pasa. ¡Y no me rompas nada!»

Si el exterior ya había dejado a Timoteo anonadado por su precariedad estructural, cuando entró en la cabaña su corazón casi se para del susto. No había nada recto. Escapaba a toda comprensión cómo aguantaban las tarrinas llenas de líquidos en su sitio sobre unas estanterías que parecían tener un romance con las piedras del suelo. Las puertas de las alacenas no encajaban entre ellas, la mesa que ocupaba casi la mitad de la estancia estaba carcomida y no daba ninguna sensación de poder soportar un ápice más de peso del que ya aguantaba. Y luego, el desorden general. Nada parecía estar en su sitio: libros, ropas, platos, cachivaches… repartidos arbitrariamente por todo el espacio.

«Tú, ¿qué quieres?» le espetó a Timoteó una vez se hubo puesto un mandil raído y sucio de un color indefinido. «Un hechizo». «De eso no tengo, ¡largo!». «Elastor te recomendó cuando le pregunté por un mago». «Oh, bueno, entonces supongo que no puedo escaquearme. Tenías dinero, ¿verdad?». Timoteo sacó su bolsa de cuero del bolsillo y la puso sobre la mesa. Los ojos del enjuto hombrecillo brillaron como lo harían las propias monedas de haber recibido un rayo de luz. «Ji, ji, ji. Puede ser divertido… ¿Cuál es tu problema, hijo?»

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola cuentacuentos que talm he tenido un fallo y por eso hay va una critica, he leido el capitulo 15 antes que el 14 y te quiero decir que este capitulo casi sobra, muchas descripciones, se ha echo algo pesado.
en conclusion sobraba este capitulo, ahora estaras pensando que no tengo ni puta idea, a que si, si te conozco como si te hubiera criado.
saludos