viernes, 18 de mayo de 2007

CAPÍTULO 1. DONDE ACONTECE UNA TORMENTA

«Va a haber tormenta». «Umf». Aun quedaba por izar una última tinaja y ajustarla al mástil junto a sus compañeras. El viejo no podía ayudarle; era más retorcido que una mala idea y sus fuerzas más escasas que un río en el desierto. Había tenido verdaderos problemas para abrirle la puerta. El resto lo tuvo que hacer él por miedo a que se rompiera antes de finiquitar la transacción. Subió con agilidad por la escala y se encaramó por la borda.

Con cada gruñido suyo y chirrido de la polea la tinaja fue subiendo. Un poco de esfuerzo más y la colocó en su sitio. La afianzó con una buena soga, aseguró el nudo y revisó el cierre. Listo. Se asomó para decir adiós al viejo y le enseñó la empanada que le había regalado para indicarle agradecimiento y las cartas para asegurarle que las entregaría. Éste quedó en la plataforma del árbol mientras soltaba el cabo y la nave se alejaba primero poco a poco y luego cobrando velocidad mientras un repentino bóreas hinchaba la vela con inusitada fuerza para la estación estival. Y quedó agitando la mano con sorprendente energía teniendo en cuenta su cuerpecillo hasta que el barco no fue más que una mancha borrosa en el cielo plagado de nubes que se iba oscureciendo.

٭ ٭ ٭

Timoteo, capitán y único tripulante del pequeño Míle, aseguró sus pertenencias en la pequeña tienda que le servía de camarote en la popa de la embarcación. No necesitaba del comentario del viejo para oler la tormenta en el aire. Especialmente con una nariz como la suya. Se incorporó al otro lado de la tienda, justo en la popa, junto al timón de remo, y observó el cielo. Aunque aún le quedaba por vivir más de la mitad de los años que tenía y su cabello era de color fuego y encrespado como una hoguera en noche de viento, su cara asemejaba ya la de un viejo. No se sabía qué es arruga y qué cicatriz en su rostro de nariz redonda y protuberante y ojos pequeños de un verde cristalino, medio oculto por la barba semejante a un arbusto. Le faltaba una oreja, y los dedos meñique y anular de la mano izquierda. Y también parte de su alma.

La quilla del Míle se deslizaba ahora por una nube lisa y suave abriendo una larga cicatriz en la espalda del nimbo que quedaba ondulando entre los hilos pálidos y desaparecía más allá, en el ocaso ocre, donde un cúmulo sombrío e iluminado momentáneamente por descargas eléctricas crecía y devoraba a sus pequeñas vecinas algodonosas.

«Va a haber tormenta». Eso ya le fastidiaba más. Aunque era cuestión de tiempo porque nunca se quedaba en silencio mucho rato. «Cállate», gruñó aun a sabiendas que no valdría de nada decirlo. «¡No me da la gana!», ya empezaba. «Estaría bueno que encima me gritaras. Lo mínimo que tienes que hacer hasta que me saques de aquí es tratarme bien que, digo yo, no es excesivo pedir, señor capitán de una chalupa con aires de grandeza. Pero, ¡ea!, ¿me tienes algo de consideración? Que ya no digo conmiseración, un poquito de respeto nada más…», y continuaba. Timoteo frunció el ceño hacia el mascarón de proa, una sílfide alada que, estaba seguro de eso, de haber podido le estaría mirando como miran las madres a sus hijos cuando son mayores para decirles lo que han de hacer pero no les gusta un pelo lo que están haciendo.

No fue hasta la frase «ya la tenemos encima. Deberíamos descender», que volvió a prestar oídos a la retahíla. «No. Hacia arriba. Huiremos de la tormenta sobrevolándola». «Mala idea, malísima idea, la peor idea…», podía estar horas así, le encantaba. Timoteo asió el timón e hizo elevarse al barco. Ahora las nubes cubrían todo el firmamento como un techo humoroso. Humedad y frío es lo único que sintió al atravesar el manto vaporoso, y una momentánea sensación de que todo a su alrededor era gris. Y luego emerger entre dos mundos, la noche que empezaba a salpicarse de puntitos titilantes que competían con las últimas pinceladas de la puesta de Sol arriba y el mar de nubes pálido y uniforme abajo.

Pero la tormenta también crecía hacia arriba y allí estaba, esperándolos como depredador a presa, devorando las estrellas madrugadoras y sustituyendo el negro límpido del universo por el negro sucio de la tempestad. «Mala idea», confirmó.

Y la tormenta le atrapó. Apenas tuvo tiempo de arriar la vela y atarse con unas cuerdas al timón y aferrar éste con fuerza antes de que el primer bandazo casi lo lanzara a dejarse los dientes en la cubierta. Llegó con furia; silbando y dando alaridos. Empujando. Escupiendo. Y dándole la vuelta al mundo. El Míle crujía y se quejaba, como todo viejo, pero aguantaba porque siempre había aguantado. Los cabos resistieron y los maderos se doblaron y volvieron a su forma original. Los truenos le taladraban los oídos y los relámpagos nacían bajo sus mismas narices. La lluvia golpeaba como si fuera una catarata de guijarros en vez de agua. Y él se aferraba al timón no tanto para gobernar la nave, insignificancia ante la divina ira de la Naturaleza, como para no salir despedido en los empellones que recibía. Viento, agua y fuego. Poder y gloria. Pero él seguía vivo. Y lo bueno era que con la tormenta no podía oír su insidiosa vocecilla. Se echó a reír a carcajadas.

Carcajadas que se cortaron de golpe al escuchar un susurro junto a su oído. «No es tu primera tormenta pero parece que va a ser la última. He venido a buscarte», le dijo una voz conocida aunque terriblemente cambiada. Timoteo negó con la cabeza vehementemente, agarrándose con más fuerza aún al timón con sus callosas manos. «No voy a ir contigo aún. Deja de repetírmelo», berreó. El espectro paseó por la cubierta delante de él como si se encontrara en la cubierta de un barco de recreo en algún lago de superficie calma como el cristal. «Esperaré por aquí, si no te importa». «¡Claro que me importa! Fuera de mi barco». «Oh, no seas brusco. No puedes echarme. Es lo que sucede cuando matas a alguien inocente. No te libras de él. Así que me quedaré aquí». Y se sentó bajo el toldo de la tienda, junto al jergón enrollado donde dormía Timoteo las noches de frío. «Me distraes», se quejó.

Fue gracias a que giró la cabeza para no evitar la mirada del espectro que lo vio venir. Eran varias, cinco igual, que caían del cielo agujereando la existencia a su paso. Rocas ígneas. «Igual tienes razón», murmuró mientras asistía asombrado al espectáculo del fin del mundo. «Estás exagerando, ni siquiera llegarán a tierra. Pero tienes que tener cuidado con ésa». Una de las bolas se estaba deshaciendo y ante la violencia de la tormenta empezó a tener un rumbo errático que le acercaba al Míle. Con todas las fuerzas que le quedaban en los cansados brazos tras todo el ajetreo de la tormenta, Timoteo tiró del timón para obligar al barco a alejarse. Pero el viento no le dejó. Todas y cada una de las tablas y junturas crujieron ante las dos fuerzas opuestas, y la nave no se movió. Y la piedra, cada vez más pequeña, iba hacia ellos a toda velocidad. En un último intento, Timoteo se lanzó contra el timón. Inútil.

La piedra impactó con el barco. En realidad, con una de las tinajas. Por un agujero del tamaño de una cabeza se desparramó casi todo el grano que contenía la vasija. Y de dentro escapaba una pequeña tira de humo negro y espeso.

Mientras la tormenta rugía a su alrededor y el barco danzaba una vez más al son de los vientos, la vocecilla de la sílfide resonó, impertinente: «¿Qué es? ¿Qué es?».

3 comentarios:

Anónimo dijo...

La historia no esta mal, aunque se hace un poco pesado al leer, demasiado regargado en detalles, que quitan protaginismo a la accion.
Cambiaria el nombre de protagonista, ya sabes aitor que los nombres que les pones a los personajes no me gustan "ejemplo olegario (el sapo)".
Por lo demas me parece bien, a ver como continua

gabipe45 dijo...

ya te vale, la mitad de las palabras ni ls conoces pero eso si, vas de diccionario por la vida y luego la palabra que mas utilizas es gilipollas, jejeje
Estoy de acuerdo con JL. Deberias meterte mas en la acción y dejarte de detalles que aunque adornan, no son tan necesarios. Creo que en la pantalla de un ordenador no le gusta leer a nadie, hazlo más ágil de leer.
Espero el siguiente con impaciencia y pon algún dibujo para que sea mas ameno.

Maria dijo...

Pues yo harñia los capítulos más corto, por que entre que habro el blog y viene mi jefe no me da tiempo de leerte y ya voy con retraso.