domingo, 9 de septiembre de 2007

CAPÍTULO 12. DONDE LA COMPRA DEL HECHIZO SE RETRASA POR UN IMPREVISTO


*Hasta ahora:

Timoteo lo tiene claro. Si quiere evitar la persecución lo primero es desaparecer, y dado que los que lo persiguen pertenecen a las clases altas sólo hay una salida: irse a otro planeta. Pero el Míle no está preparado para ese viaje; necesita acondicionarlo y eso sólo puede hacerlo comprando un hechizo. Mientras el Topo arregla sus nuevos documentos de identidad, Timoteo sale en busca de un mago.


No era el corazón del Bosque pero desde luego que estaba en lo profundo de la foresta. Los árboles que lindaban con el camino eran altos y robustos pero quedaban reducidos a endebles brotes primaverales junto a los gargantuescos mástiles que erguían sus ramas al cielo como esqueléticos dedos suplicantes. Cada uno de esos troncos podía albergar en su interior con total comodidad cualquiera de las chozas y chabolas que aparecían salpicadas entre sus raíces, haciendo del barrio una comunidad desperdigada que obligaba a oriundos y foranos a dar intrincados paseos al moverse de un lado a otro. No había ningún camino en el arrabal, ni tampoco que entrara o saliera de él.

Lo llamaban barrio pero estaba lejos de cualquier ciudad o pueblo. No tanto, lo suficiente para no molestar. Pero todo el mundo sabía dónde estaba y qué se hacía allí.

Timoteo había tardado casi toda la tarde en decidirse ir allí. En las aldeas vecinas había demasiada gente y sólo acercarse a la primera ya le había supuesto un inicio de ataque al corazón al encontrarse de cara nada más torcer la primera esquina con dos guardias charlando animadamente con un vendedor de frutos secos ambulantes mientras tomaban una ración. No sabía si le habían visto o si sabían quién era. «Me da igual». Otro susto así y su pulso respondería a la edad que sus arrugas decían que tenía.

Así pues, la única opción que le quedaba sin embarcarse en un viaje de varias semanas a otra comarca era el barrio del Bosque. Pretender que allí no habría guardias era una tontería, y bien grande además. Pero no llamaría la atención. Entre tanto malcarado, pordiosero, tipo duro de sospechoso pasado y matón de tres al cuarto no llamaría la atención. «Ahora bien, si alguien me está buscando, antes o después dejará caer un ojo en el Bosque».

Primero tendría que hacerse con un disfraz. Y no porque él mismo fuera menos malcarado, tuviera aspecto de pordiosero duro con pasado oscuro y anunciase a los cuatro vientos que se alquilaba a cualquier precio para todo tipo de trabajos fuera de la oficialidad que cualquiera de los que dormitaban bajo las ramas de los árboles gigantes, sino porque tenía que ocultar sus rasgos más llamativos. «A saber, mi pelo rojo y la oreja que me falta». Tendría que ser un sombrero o una prenda con capucha, o una capa larga para ponérsela sobre la cabeza.

«La primera en la frente», gruñó cuando nada más acabar de echarse la capucha de la capa que “había encontrado perdida en un prado” por encima de la cabeza se dio de bruces con un guardia. Allí la representación del orden se confundía fácilmente con el resto de desperdicios que pululaban por entre las chabolas. No vestía el elegante uniforme de lino negro; lo único que les señalaba como tal era la vara de madera y la cinta para la cabeza con la protección metálica en la frente. Y la de éste estaba abollada y algo oxidada. Timoteo era consciente de que su disfraz, más que ocultarle, llamaba la atención directamente a lo que intentaba ocultar, su cara; «tengo que encontrar otro método». Pero el tipo lo miraba con una fijeza que pasaba del puro interés para mantener el orden. En dos zancadas se le había plantado delante sin posibilidad alguna de esquivarlo. Timoteo tomó aire mientras pensaba frenéticamente en qué hacer. Pero antes de que siquiera una idea pasear por su cabeza el guardia le dijo: «tengo que encerrar al chatarrero y mi compañero está ocupado con otro asunto. Es muy grande y yo no puedo solo. Ven conmigo, te pagaré». El tiempo que perdió en el titubeo que siguió le hizo imposible negarse. Además, no se le ocurría ninguna excusa convincente que le permitiera salir del brete sin llamar la atención. ¿Un habitante del Bosque rechazando una paga extra? Eso no ocurría, simplemente.

Así que echó a andar tras el guardia maldiciendo su lentitud de reflejos. «Espero que ese chatarrero no sea oriundo de aquí, si no dará igual que seamos dos o veinte». «Yo me preocuparía porque no fuera demasiado grande. El guardia se confundió con tu capa, pareces más fuerte de lo que eres en realidad». Cruzaban entonces junto a una chabola con las paredes oblicuas que producían una buena cantidad de sombras bajos las ramas. El susurro había llegado como el soplo de una brisa. «¿Debo decir que me alegro de verte?», una sonrisa fugaz paseó por el rostro del espectro antes de fundirse en las sombras y seguir el camino del guardia y Timoteo, apareciendo momentáneamente entre los troncos y chozas siempre fuera del ángulo de visión del patrullero. El navegante sabía que sus palabras no eran ciertas; se alegraba de verlo, y mucho, pues el fantasma era una valiosa ayuda en momentos de peligro aunque precisamente su gusto de mal agüero por aparecer siempre que había problemas hacía su presencia un poco cargante. Por un momento se planteó pedir al espectro que entretuviera al guarda para así escabullirse él. «Hay demasiada gente mirando, aunque no se les vea. Llamaría la atención». Sólo había una salida y era pegarse con el chatarrero. Que no fuera muy grande y que no hubiera nacido en el Bosque. No podía ser tan bueno para que no ocurriera ninguna de las dos cosas. Timoteo se preguntó qué era lo que le fastidiaría menos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

bueno la historia va bien aunque la estas anrredando demasiado a lo mejor lo bueno hubiera sido que encontrara la pozima pero con algun pequeño problema, pero algo rapido, por cierto para cuando algo gracioso en la historia eso estaria muy bien.
un saludo desde la distancia
y un gracias por todo lo del domingo.